El 18 de Octubre de 1274, Jaime I “el conquistador” emite en Barcelona una curiosa sentencia sobre un litigio entre dos importantes familias de la nobleza: Los Cabrera y los Centellas.
El origen del litigio, como no, es una cuestión de tierras. El denunciante, el caballero Arnau de Cabrera, alega que el caballero Arnau de Centellas había de ser vasallo suyo por razón de un feudo. Arnau de Cabrera niega dicha dependencia acordándose la resolución del litigio por una batalla judicial que no es otra cosa que liarse a mamporrazos a lanza y espada otorgándosele la razón al que quede en pie.
Llegado el día de la liza comparecen Arnau de Cabrera y Bernat de Centellas, hijo del susodicho Arnau de Centellas, haciendo ambos los juramentos de consuetud, entre ellos que no llevaban objetos de virtud, o sea mágicos (quod non deferebant aliquid quod haberet virtutem). Este juramento se hace frente al noble Guillem Ramón de Montcada.
Hecho esto solo quedaba atizarse lo mas fuerte posible uno a otro. El resultado de la contienda fue favorable a Bernat de Centellas con bastante claridad, parece que Arnau de Cabrera salió bastante apaleado de la lucha perdiendo en esta el escudo, dos espadas y dos mazas de guerra por lo que no le quedó otro remedio sobre el campo que rendir vasallaje a su oponente.
Pero la historia no acaba aquí. Arnau de Cabrera presenta una protesta ante el rey alegando que Bernat de Centellas había usado objetos mágicos en la contienda. Estos objetos son una famosa espada conocida como “la Vilardella” que tiene la virtud de hacer invencible a quien la lleva, además de una cierta Alba (camisa) que te salva de cualquier herida y una cajita de hierro que contiene un diamante mágico que impide cualquier rotura de hueso al portador.
Tras muchas consideraciones y consultas con sus consejeros el rey Jaime acaba aceptando la protesta como legítima y dando la razón a Arnau de Cabrera, restituyendo el caso a la situación anterior al juicio. En esta decisión seguramente influiría la naturaleza supersticiosa de las gentes en aquellos tiempos, pero sin duda se atiene perfectamente al derecho de la época. Muy posiblemente también influyó que la madre de Arnau de Cabrera, Guillema de Ampuries, era la amante desde un año antes del insaciable Jaime I, además de que parece que el rey también anhelaba la posesión de tan famosa espada que años después aparece documentada como posesión de la familia real. De hecho es blandida por su bisnieto Alfonso IV, en aquel tiempo tan solo infante, en la batalla de Lucocisterna en Cerdeña, donde dicen las crónicas que descabalgado y rodeado de enemigos derrotó e hizo huir a todo el que se le puso por delante.
El origen mágico de esta espada se narra en una leyenda. En los alrededores de Sant Celoni vivía un dragón que tenía aterrorizada a la comarca. Un día San Martín con apariencia de pobre se acerca al Castillo Vilardell (de ahí el nombre de la espada) pidiendo caridad. Conviene recordar que San Martín no es mas que una asimilación por parte del cristianismo del dios romano de la guerra Marte. Cuando el señor del castillo, el caballero Vilardell sale a ofrecerle pan y agua solo encuentra una magnífica espada. El problema es que esta espada requería de un encantamiento que debía ser recitado antes de usarla y el caballero, bien por soberbia o bien por descuido confunde el orden de los versos.
El orden correcto era el siguiente:
Espada de virtud,
brazo de caballero,
has partido la roca
y el dragón también.
Pero el caballero la recitó así:
Brazo de virtud,
espada de caballero,
has partido la roca
y el dragón también.
El caballero finalmente acaba con el dragón, pero pierde la protección de la espada al errar el encantamiento y cuando la sangre del dragón se le escurre hasta la mano muere envenenado.
Una representación de esta mágica espada y su leyenda se puede ver en el portal de la catedral en la plaza de San Iu y la misma espada se puede admirar hoy en día, tras pasar de mano en mano de reyes, en el Museo de las armas de París.